LOCUS FUGAE (El Testamento) junio 19

⭐️⭐️⭐️

Para intrépidos de las salas clásicas sin demasiadas expectativas.

Lo+: La calidez de su inusitada (más por convicción que por presentación) premisa.

Lo-: Jugarla ahora que la mayoría de sus encantos se han visto deslustrados por el tiempo.

El Testamento de Locus Fugae había estado en boca de muchos -o todos, para qué engañarnos, más aún a estas alturas de la historia- escapistas desde tiempos que, permitidnos, se antojan ya pretéritos. Su famosísima herencia, que deviene aquí, como por acto de metamorfosis ecléctica, su mayor sorpresa a base de tajadas de calidez, austeridad y buenas intenciones, se nos había escurrido de entre los dedos en muchas ocasiones, mas, ávidos como expertos entusiastas que somos, no podíamos dejar pasar la oportunidad que, fortuna o casualidad -dejemos espacio para las apuestas-, nos brindaba nuestra última estancia en tierras alicantinas.

La fórmula inmersiva, que llenara comentarios, alusiones, reverencias y demás (en ocasiones) lúcida verborrea, se encuentra demasiado a la orden del día como para sorprender o incluso enganchar al jugador a su asiento -metafórico, por supuesto, que en éstas viéndose lo que uno suele hacer es prepararse para la carrera-, y sólo hace falta deshilvanar entuertos de la talla de Action House, Sanatorium o las más recientes experiencias Mad Mansion para saberse a distancia de lo que aquí ofrecen en la mencionada materia. Por supuesto que tal conocimiento de causa no deslustra un ápice la bienvenida, y sigue siendo ésta masa para abultar y engrandecer la situación, habida cuenta, especialmente, del tiempo y las visicitudes de las que bien puede presumir una sala con años de deslumbre.

En una suerte de exaltación de la elocuencia clásica de la que tanto gusta presumir a algunas salas y que, en opinión de los abajo firmantes, sienta buena base para ello el haber presenciado los inicios del desaguisado escapista y haber aguantado la constante marea de cambio para mantener un espíritu fiel a los orígenes sin engañar ni suplir la falta de recursos, El Testamento deslumbra con acierto a la hora de hacer correr a sus jugadores por un entramado de pruebas veloces, sobreviviendo con gusto y clase a momentos de sobreexposición, que en sus inicios debieron resultar, sin duda alguna, sabias lecciones sobre cómo encauzar y proceder para extasiar a los participantes a base de lógica y velocidad bien planeadas.

Lo que tampoco puede esconderse (bajo llave o combinación numérica) es la mella de los años que el tiempo ha ido grabando en el conjunto, que no ha sabido envejecer a la altura de otras experiencias de corte similar -véanse, por ejemplo, los primeros Way Out-, y los jugadores más avezados no huirán de ella sin la sensación de haber llegado demasiado tarde para sucumbir al disfrute más auténtico. Las pruebas carecen ya de la originalidad o la sorpresa que uno pudiera achacarles por nombre, y, una vez terminado, deprisa y sin reto alguno que detuviera la función, no podrá evitar sentirse huérfano de las circunstancias y una hora completa de escapismo.

Quedará en el recuerdo, eso sí, una luz final valiéndose de la misma ternura que, en sus inicios, pudiera despertar durante la inmersión.

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